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El señor de los libros
José Alberto Gutiérrez a los 14 años de edad era un niño sumamente tímido y esa fue la misma época de su vida en que le llegó la necesidad de buscar trabajo debido a la pobreza que embargaba a su familia, sin embargo; aprendió a conducir para ganarse la vida y la timidez le obligó a buscar refugio el cual encontró en los libros que el buscaba en el centro de Bogotá de esta manera José Alberto dio con La odisea, con La conducta de la vida, de Alexis Carrel y otros libros para buscar cómo vencer la timidez.
José Alberto llegó con sus padres al barrio donde pasó sus primeros años, nunca se iba a dormir sin hacer sus oraciones y escuchar los cuentos que su madre le leía.
“El señor de los libros” como el se hace llamar, no tenía dinero para ofrecerle a su mujer, pero sí una modesta biblioteca y mucho empeño a su trabajo, cosa que le encantó a Luz Mary Gutiérrez, una joven de 19 años oriunda de Pasca, Cundinamarca, un pintoresco municipio de Colombia.
Luz Mary a los 22 años de edad se casó con José Alberto y posteriormente se mudaron a una casita que estaba a pocas cuadras de donde “El señor de los libros” había crecido, es una modesta casa de paredes blancas sobre las cuales se lee una cita del escritor Jorge Luis Borges: “Pienso que el libro es una de las posibilidades de felicidad que tenemos los hombres”.
Recién casados José Alberto consiguió un trabajo en Limpieza Metropolitana como conductor de un camión de basura y en sus rondas nocturnas comenzó a encontrar los libros y Luz Mary instaló un taller de moda para las vecinas.
Había encontrado empleo como conductor de un camión de basura, y les encargaba a los sus compañeros quiénes vaciaban la basura en el camión a que le dijeran si entre los desechos encontraban algún libro para rescatarlo. Poco a poco fue creciendo su colección hasta llegar a tener 10,000 ejemplares en su biblioteca personal.
Su pasión por los libros lo llevó a compartirlos con los niños del vecindario, quiénes la mayoría, no conocían la procedencia de todos los ejemplares que ahí tenía. Muchos correrían para abrir las cajas atiborradas de libros que recién llegaban a la biblioteca personal de José Alberto.
El primero de los libros que rescató de la basura fue un ejemplar de Ana Karenina, una edición Bedout impresa en 1967. Ese libro fue el primero de una recolección que ya ha durado muchos años y que ahora abarca a comunidades en 11 municipios del país.
Las vecinas de José alberto y Luz Mary acudían a su casa para hacer llegar algún boceto de vestidos de actrices que ellas veían en la televisión y pedir que Luz Mary confeccionara esa indumentaria para ellas, sin embargo; se dieron cuenta de que día a día crecía la biblioteca personal de José Alberto y advirtieron que entre aquellos ejemplares estaba la novela que tenían que leer sus hijos, así como también el libro de ciencias, de matemáticas y otros más.
En cuestión de meses, José Alberto y su familia se convirtieron en personajes que fueron presentados por los medios en el 2006 en la Feria del Libro de Guadalajara y otros eventos más. También fueron invitados a compartir sus experiencias y su historia fue regada por todo el sur de Bogotá hasta llegar al Sumapaz, donde varias comunidades le encargaron las primeras bibliotecas.

Recolección de libros encontrados en la basura.
Es sorprendente que después de todo su esfuerzo de haber formado 11 bibliotecas, no reciba ningún apoyo financiero y que su equipo de trabajo sigue siendo su esposa, que dejó la costura y ahora gestiona la apertura de las 11 bibliotecas que les han encargado en comunidades del Chocó, Santander y Boyacá; sus hijos y cuñados, que paralelo a sus profesiones organizan talleres lúdicos en la salita de Nueva Gloria, y él mismo, que hoy maneja una volqueta con la que recorre la ciudad de seis de la noche a seis de la mañana y con cuyo salario paga el camión con el que esporádicamente recoge los libros que le donan, sin embargo; José Alberto dice que en Colombia hay que montar una biblioteca en cada barrio. Que así se podría educar en 20 años a toda una generación de colombianos. “La lectura es el símbolo de la esperanza”, repite.
Los esporádicos artículos de prensa que le dedican le han fraguado un suministro esporádico de libros. Con su biblioteca a revantar, ahora se dedica a recolectar lo que le llega, para luego enviarlo a las comunidades que se las encargan.
Sólo se reserva para sí unos pocos libros, intocables, esos que están guardados con recelo en el pequeño anaquel de cristal. Ahí están el Ana Karenina, el libro de Carrel que le salvó la adolescencia, una edición bilingüe del Corán y las cartillas que alguien hace poco le donó, las mismas que le leía su mamá en las noches frías de San Cristóbal, cuando en Nueva Gloria florecían los saucos.
José Alberto pasa delicadamente sus páginas y se detiene en el cuento de la gallina roja. Es una historia que nunca olvidó: viene el invierno y la gallina recoge trigo y el resto de animales se niegan a ayudarla. Cuando llega el invierno, sólo ella tiene pan para alimentar a sus pollitos. Los animales le ruegan que comparta, pero la gallina se niega.
José Alberto recita la fábula como si se lo contara a un niño, y resume la moraleja como si fuera un decreto: “Para poder progresar es necesario ayudar”.